Iluminación y nuevo nacimiento | Por Jocepth Jimenez |

Imagen Pensando en lenguas

Introducción.
Dentro de las facultades de filosofía existe una especie de chascarrillo que reza que la historia de la filosofía occidental no es más que meras notas a pie de página de las obras de Platón. Y no es de asombrar, la monumental labor epistemológica que realizo dicho autor sentó las bases sobre las que se desarrollaría lo que hoy conocemos como filosofía occidental. Bien sea para apoyar lo que dijo o para refutar (el primero en reaccionar a Platón fue nada más y nada menos que su discípulo Aristóteles), se han escrito tomos y tomos de literatura sobre Platón. Desde su teoría del conocimiento, pasando por sus concepciones estéticas y sus ideas políticas mucho es lo que ha influenciado a diferentes escuelas de pensamiento y sirvió como base para el desarrollo incluso de la teología cristiana primitiva. Dentro del amplio espectro de escritos platónicos hallamos uno que ha captado la atención de varios pensadores y que ha sido interpretado y reinterpretado de maneras variopintas (una de mis favoritas si dudas es la trilogía de películas The Matrix): el mito de la caverna.

Por otro lado, dentro del Evangelio de Juan, hallamos un pasaje que, salvando las diferencias, guarda similitudes con el relato platónico: Juan 3. Un pasaje que podríamos llamar soteriológico y que nos ha dado el versículo bíblico más conocido de todos. Lo que pretendemos plantear en el presente artículo es precisamente dar cuentas de las similitudes entre los dos relatos y como el uno nos puede ayudar en nuestro entendimiento del otro.

En una primera instancia nos dedicaremos al análisis del mito platónico, luego nos dedicaremos al análisis de Juan 3, para finalizar con una correlación entre ambos.

1) El mito de la caverna.
Como bien se dijo, dentro amplio espectro de escritos platónicos hallamos uno que ha captado la atención de varios pensadores y que ha sido interpretado y reinterpretado de maneras variopintas: el mito de la caverna. Este mito lo hallamos dentro de un texto mucho más amplio que Platón dedica a la política: La Republica. Para ser más exacto, el libro VII de el mismo. A continuación transcribiremos parte del mismo para luego pasar a analizarlo:

«Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.

– Me lo imagino.

– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.


– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.


– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?


– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.» [1]


Como podemos constatar, se nos presenta una imagen muy bizarra: personas (al parecer esclavas), que han estado desde su nacimiento confinados a una suerte de experimento macabro dentro de una cueva, encadenados de pie a cabezas a las paredes de esta. Su único contacto con el “mundo” son las sombras que se filtran en la cueva. Inaudito dirían los defensores de Derechos Humanos de hoy.

Pues bien, de algún modo (¿milagroso?) uno de estos infelices seres se liberta de su prisión y sube al mundo exterior y experimenta un proceso de iluminación (¿conversión?):

«– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?

– Mucho más verdaderas.


– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?


– Así es.


– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?


– Por cierto, al menos inmediatamente.


– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.


– Sin duda.


– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito.


– Necesariamente.


– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.


– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.


– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?


– Por cierto.


– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?

– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.»[2]



La escuela de atenas (1509-1511) de Rafael




Este extraño relato no es más que una fábula creada por Platón para llevarnos a entender una de sus ideas revolucionarias: que este mundo que experimentamos es una mera sombra del mundo real, del mundo de las Ideas Arquetípicas. Y del proceso de iluminación que nos permite acceder a esas Ideas.

El mito lo que busca es poner de manifiesto el estado en que, en relaciona la iluminación que nos da el acceso al Mundo de las Ideas, se halla nuestra alma, el estado en que se halla la mayoría de seres humanos con relación al conocimiento de la verdad. Es así que los prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, esclava y prisionera de su ignorancia, inconsciente de ella, aferrada con todas sus fuerzas a las costumbres, opiniones, prejuicios y doctrinas de toda índole, aun las religiosas. Estos prisioneros, al igual que la mayoría de las personas, creen que saben y se sienten orgullosos y felices en su ignorancia, pero la realidad es que estos viven en el error, y toman por real y verdadero solo simples sombras.

Platón se vale de un lenguaje lleno de metáforas para explicar la distinción entre el mundo sensible (falso) y el mundo inteligible, y la distinción entre opinión y saber. La función principal del mito es exponer el proceso que debe seguir toda persona que anhele encontrar la verdad. Este proceso está representado por el recorrido del prisionero liberado desde el interior de la caverna hasta el mundo exterior, y culmina con la visión del sol. De todo esto podemos concluir que la búsqueda de la verdad es un proceso largo y costoso, plagado de obstáculos y, por tanto, no accesible a cualquiera.

La persona que anhele Iluminar su mente debe abandonar poco a poco sus viejas y falsas creencias, sus prejuicios, sus costumbres; debe romper con su anterior vida, llena de confort y comodidad, pero fundada en un engaño; ha de superar miedos y dificultades para ser capaz de comprender la nueva realidad que tiene ante sus ojos, más verdadera y auténtica que la anterior. Debe acostumbrarse poco a poco a la luz de fuera, hasta alcanzar el conocimiento de lo auténticamente real, lo eterno, inmaterial e inmutable: las Ideas.

Se podría decir que aquí acaba todo el proceso de Iluminación, pero Platón le tiende el manto de la responsabilidad a la persona iluminada: no solo debe procurar por él, sino también por su prójimo. Aun si esto le cuesta su propia vida.

«– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?

– Sin duda.


– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?»[3]


El iluminado, una vez formado en el conocimiento de la verdad, deberá descender nuevamente a la caverna y, aunque al principio se muestre torpe y necesite también un período de adaptación, deberá ocuparse de los asuntos humanos, los propios del mundo sensible (la política, la organización del Estado, los tribunales de justicia, etc.). Procurando llevar a otros a su mismo estado de iluminación.

Alegoría de la caverna, de Platón, grabado de Jan Saenredam (1604)

2) Juan 3.
Desde el inicio de su evangelio, Juan parece manifestarse en contra de las filosofías helénicas (tan influyentes en el gnosticismo que fervientemente combatió), al identificar a Jesús, el Hijo de Dios, con el Logos (Verbo). El objetivo de Juan, al escribir su evangelio es el de mostrar a su audiencia “la excelencia incomparable de Jesús” [4]

Uno de los pasajes del evangelio donde más se nota la tensión entre la excelencia de Cristo y las muchas filosofías e ideas contemporáneas al evangelio, es Juan 3. En este pasaje tan conocido notamos que el Logos de la introducción “se ha hecho carne. Además, la Encarnación responde a un propósito concreto. Jesús vino para que la gente pueda tener vida en abundancia (10:10)”[5].

Este es el mismo propósito que busca Platón: hallar la verdadera vida. Es de notar que mientras para Platón esta vida se adquiere al adquirir el verdadero conocimiento (el Mundo de las Ideas), en el evangelio la vida es un don dado por Dios. No es una vida que termina con la muerte (a diferencia de la vida platónica), de allí que podamos llamarla vida eterna. Esta vida la obtenemos hoy, por la fe que depositamos en Jesús el Cristo (Juan 3:16, 36; 5:24).

Mientras que los esclavos de la caverna se hallan en tinieblas, Nicodemo viene a Jesús de noche. Según Keener, existen varias razones para que Nicodemo acuda a Jesus, amparado en la noche:

«Los maestros judíos a menudo estudiaban de noche, especialmente los que tenían que trabajar durante el día; por lo tanto, Nicodemo pudo haber venido a recibir instrucción de un sabio más grande, a saber, Jesús. Lo más probable es que venga de noche para evitar ser visto (cf. 7:51–52; 12:42–43; 19:38); la noche era el momento de los actos secretos (a veces antisociales) y de todo lo que uno deseaba que no se supiera. Nicodemo sigue siendo un creyente secreto en este punto, no un discípulo. Aquí Nicodemo permanece solidario con aquellos que temen confesar a Jesús para no ser expulsados de la sinagoga (12:42).» [6]

Es posible que la razón por la que Nicodemo se ampara en la noche no sea más que miedo al qué dirán, pero si Juan menciona este detalle en su evangelio es porque tal vez esperaba que su audiencia entendiera la noche de una manera simbólica: así como los esclavos del Mito al liberarse, dejan las tinieblas y se encaminan en su ascenso a la luz, así también los creyentes deja la “noche” para venir a la luz de Jesús (3:21).

Cristo enseña a Nicodemo (Christus onderwijst Nicodemus), obra de Crijn Hendricksz Volmarijn


3) Similitudes y diferencias entre el Mito de la Caverna y Juan 3.
Como podemos ver tanto el Mito de la Caverna como el pasaje de Juan 3 tienen un propósito idéntico: mostrarnos como el Ser Humano puede trascender su actual estado de postración, esclavitud e ignorancia. En Platón alcanzando la iluminación de la mente, en Juan experimentando el Nuevo Nacimiento. La diferencia radical se halla en los medios empleados para alcanzar ese propósito y en los alcances y consecuencias del mismo.

En Platón la iluminación se da a través de del esfuerzo realizado: estudio, contemplación, análisis, reflexión, etc. Es algo que la persona puede lograr por sus propios medios, no necesita un agente externo que le ayude en su camino a la Iluminación. Para Platón no hay nada como el pecado humano y el estado de corrupción espiritual, moral e intelectual en que este deja a la persona. No existe separación infranqueable entre la persona y el Mundo Inteligible (Romanos 3:23). En palabras de León Morris: “La herejía perenne de la raza humana es pensar que podemos entrar en el reino de Dios por nuestros propios esfuerzos”. [7] Los alcances de esta Iluminación solo tienen efecto en el plano de lo terrenal: se busca acceder a las Ideas para ser mejor ciudadano, para ser un mejor político, para ser más sabio. No se espera una trascendencia más allá de lo que nos es dado en esta vida.

En Juan hallamos que el Nuevo Nacimiento es imposible a través del esfuerzo humano. Jesús deja claro que es imposible entrar en el reino, sin que el poder del Espíritu nos regenere completamente. Mientras que en Platón el Ser Humano asciende, la buena nueva del Evangelio nos dice que fue el mismo Logos que descendió (se encarnó) a nosotros. Mientras que para Platón se puede conocer el reino de las Ideas con el propio intelecto, en Juan hallamos que eso es imposible. Solo aquel que viene de arriba puede revelarse a quien él quiere:

«El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra, es terrenal y de lo terrenal habla. El que viene del cielo está por encima de todos y da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que lo recibe certifica que Dios es veraz. El enviado de Dios comunica el mensaje divino, pues Dios mismo le da su Espíritu sin restricción. El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios (Juan 3:31-36 NVI).»

Como bien diría Kenner: “Debido a que el reino de Jesús “no es de este mundo” (18:36), este mundo no puede entenderlo; sólo aquellos que, como Jesús, no eran de este mundo sino de lo alto, podían hacerlo.” [8] Las consecuencias de este nuevo nacimiento no solo nos llevan a ser buenos ciudadanos, sino que nos permite la entrada al Reino de Dios aquí y en la eternidad. La Iluminacion platónica deja a la persona en su misma condición de pecado. El Nuevo Nacimiento borra nuestros pecados (Isaias 43:25).






Bibliografía:

[1] PLATÓN, República, Libro VII, Ed. Gredos, Madrid 1992 (Traducción de C. Eggers Lan).

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] MORRIS, León, El Evangelio Según Juan, Vol. 1, Editorial CLIE, Terrassa 2005 (Traducción
de Dorcas González Bataller).

[5] Ibíd

[6] KEENER, Craig S., The Gospel of John. A Commentary, Vol. 1, Bakers Academic, Grand
Rapids 2003.

[7] MORRIS, León, El Evangelio Según Juan, Vol. 1, Editorial CLIE, Terrassa 2005 (Traducción
de Dorcas González Bataller).

[8] KEENER, Craig S., The Gospel of John. A Commentary, Vol. 1, Bakers Academic, Grand
Rapids 2003.




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